Verónica Petersen

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©2014 Veronica Petersen

Textos

Verónica Petersen (Caracas, 1970): abstracción y memoria.

Madeline Izquierdo de Campos. Crítico de Arte. México, D.F.

A veces, nos vemos contagiados de un profundo apasionamiento que surge del acto de hacer pintura. Me confieso recorriendo superficies, donde la densidad de la textura se convierte en laberinto y las formas nos trasladan hacia ecos dormidos. Más que una historia nos estremece un grito, un arrullo, una mirada, o cualquier sensación incierta que de golpe encuentra en nosotros su correspondencia.

Esta aventura es el modo en que participo de la obra de Verónica Petersen, una mujer que he visto crecer en el plano artístico, con tenacidad y entrega, dedicada a la búsqueda de un camino, asertivo y personal. Su obra muestra un compromiso profundo por convertir la pintura en una obsesiva demostración de motivos del espacio, del color, de la forma, de la textura, del sentimiento.

La abstracción es un camino difícil porque genera un extrañamiento perceptivo y conceptual, que necesita verse acompañado de una disposición del ánimo, para entonces poder vagar por los derroteros de un placer innombrable. La obra de Verónica nos invita a transitar por sus fabulaciones retinianas, por la anatomía de su propia fisicidad, inventada y recreada. Nos convierte en aprendices, por el camino de la observación, en catadores del color y la textura, en improvisadores de historias que no se dejan atrapar porque se escurren entre los dedos.

Verónica es de la raza de esos artistas incansables que no sólo sueñan con el éxito, sino que lo construyen. Cuando trato de ubicar una tradición de la abstracción que establezca contacto con su obra, esto se hace imposible, ya que siempre la creación que sigue salta la barda y no se deja encasillar en ninguna corriente. Por ello, cuando trato de establecer un referente, la obra se hace escurridiza. Su relación primaria y obligada con la Abstracción de la Vanguardia de inicios del s.XX -pienso en sus contactos primarios con Mondrian, Kandinsky o Moholy Nagy- sólo se mantiene viva a través de la composición, la superposición de planos y la elocuencia puntual en el uso de colores primarios. O con el Expresionismo Abstracto Norteamericano con sus admirados Barnett Newman o Robert Motherwell, cuyo estudio dieron a Verónica una mirada más contenida sobre la composición y el dramatismo del color. En su obra también se observa un salto hacia el informalismo europeo con figuras necesarias como Antoni Tapies y Jean Dubuffet. Todos han sido manejados, superados y amoldados, por el filtro creativo de Verónica.

La obra de Verónica Petersen nos permite reconocer su incansable condición de creadora de complejos universos visuales, seductores e inabordables, un camino, en el que se avizoran luces lejanas de un sueño, que permiten hacer del arte una ruta para muchos tránsitos estéticos y humanos.

 

 

El cuerpo es la casa: la expresión. 

María Virginia Jaua Alemán. salonkritik.net/

Podríamos comenzar invocando al cuerpo. O los cuerpos. Por su presencia y por su ausencia. Pero también por el efecto que dejan sobre el cuadro. Sería un viaje de ida y vuelta que iría del pigmento al pincel; del pincel a la superficie del lienzo, de la superficie del lienzo al cuadro; del cuadro a la pared; de la pared al edificio o casa; de la casa a la calle y de la calle al mundo.

Del mundo al todo y del todo de nuevo al ser y al pulso de su corazón: a la siguiente pincelada.

Esa podría ser una primera secuencia de relaciones en la representación de la obra que aquí me gustaría traer. En la pintura de Verónica Petersen, es decir, en su trabajo, pues hay también objetos que no son estrictamente “pintura”, no se trata de establecer si hay abstracción o hay figuración; o de si se utiliza con maestría la técnica del óleo, o las veladuras, o el dibujo…

Las técnicas son variadas, hay abstracción, pero también hay figura. Hay diversas técnicas todas ellas muy bien trabajadas. Todo allí cumple su cometido estético, o ético que en arte son indisociables.

Aquí la cuestión sería otra.  Eso es lo que se nos quiere revelar.

En el conjunto de obras hay un hilo ariadno -cargado de un efecto y un sentido óptico- rojo probablemente. Aunque a veces no sea posible percibirlo, a veces desaparece, podría ser la vena que comunica la emoción del artista con la de quien observa al otro lado, o el hilo que une el pensamiento y el movimiento de la mano. Ese vínculo también podría ser una pista, un cordón umbilical, un río de sangre, o una lágrima que humedece un ojo que ha visto demasiado.

O quizás simplemente el trazo de un pigmento púrpura en un pincel que deja al desnudo el espacio y que conecta lo orgánico de la pintura: la huella de un cuerpo que ha afectado el espacio dejando un rastro, una marca, una firma, un nombre, una biografía que ha viajado hasta aquí.

Cada nombre cuenta una historia: una búsqueda. Aquí la historia es la de un periplo: la búsqueda de un lugar habitable. Un viaje del cual se ignora cuándo comenzó pero también dónde terminará. Y regresa la pista del hilo para recordarnos el camino de la casa abandonada o de la casa a la que algún día se espera llegar. De ese color es la tinta con la que está escrita la historia del exilio, con la que se escribe un relato de generaciones perdidas, rescatadas, reinventadas quizás por el poder de la hospitalidad: ese espacio abierto, esa casa sin puertas y sin ventanas en los que Verónica Petersen convierte cada uno de sus cuadros.

El viaje del ser en pintura atraviesa el espacio. El espacio está ahí para cargarse de sentido, para contener una “escritura” que aspira a confirmar la presencia de alguien que pinta, que pintó, que pasó por ahí y susurró algo. Una vez cumplido el tránsito el espacio se carga y “habla”, pero también calla, y guarda sus secretos.

Porque aquí también se trata del tiempo. No solo de aquél relacionado con el tránsito por el espacio, sino de las puertas y las ventanas por las que se establece una relación con lo que sucede adentro y afuera: al interior del cuadro y afuera, se podría decir que otra de las características de esta pintura es que el espacio y el tiempo son una suerte de marco expandido, para el que las fronteras se han borrado.

Quizás esta pintura tiene que ver con un estado mental para el que no hay límites, y aquella frase de Deleuze: “nadie sabe lo que puede un cuerpo”. Un cuerpo para el que no parece haber un más allá, ni un acá al interior, sino más bien un fluir mental: pura entrega, respiración y un dejar estar a lo que sucede afuera de ella.

Los límites entre pintura y cuerpo desaparecen, permitiendo que el pensamiento siga su curso y se entregue a la emoción de un gesto: el acto de ocupar el espacio, y de esta manera “afectar” al espectador.

Quizás ahí simplemente hay algo que se expresa: un cuerpo que cuenta su historia para quien quiera “escucharla”, seguir el hilo de una conversación que solo es posible en pintura.

 

Otros:

Papel Literario, diario El Nacional. Caracas, Venezuela.

La Paciencia: El arte intimista de Verónica Petersen
https://www.elnacional.com/papel-literario/paciencia-arte-intimista-veronica-petersen_243117/